Fotografías: reflejos


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El mundo del espectáculo está íntimamente relacionado con la fotografía. De hecho, la fotografía bien hecha es un verdadero arte. Y el cine, en realidad, no es otra cosa que fotografía en movimiento, desde que los hermanos Lumiere se pusieron en ello. Y por supuesto, su valor es tal que tiene categoría propia en los Oscar. De hecho hay películas dedicadas a la vida de un fotógrafo, como Life, o a la propia fotografía, como Smoke.

En nuestro teatro la función se desarrolla en vivo y en directo -aunque se graben -, así que pudiera parecer que hay poco espacio para tan noble arte. Pero nada más lejos de la realidad. Las fotos han sido siempre una prueba fantástica, si están relacionadas con el hecho y reúnen los requisitos correspondientes. Por eso en cuanto se ha cometido un delito y existe esa posibilidad, se buscan los fotogramas de las cámaras de seguridad que pudiera haber en las inmediaciones del lugar del crimen . No dejan de ser curiosas las imágenes que semejantes artefactos nos proporcionan, porque las he visto desde de delincuentes muy profesionales que no se desprenden del artificio con el que intentan esconder su identidad, sea un pasamontañas, un casco de motorista o una peluca con melena de rizos, hasta de aquellos que no pueden evitar pasar delante de una cámara sin hacer cucamonas, sacar la lengua o hacer un corte de mangas de lo más genuino. Claro que a ésos se les suele pillar enseguida. Y haberlos, haylos, y más de lo que la gente podría imaginar.

Hoy en día, además, que todo el mundo tenemos una prolongación del brazo llamada teléfono móvil  con una cámara de tropecientos mil megapixeles, hay pocas causas que no vengan aderezadas por alguna imagen, y hasta por selfis subidos a las redes sociales, que no nos falte de nada. Con esas cosas, han pillado hasta a gente que decía estar de baja pegándose unas fiestas considerables. Que se lo digan, si no, a Julián Muñoz, que ha pagado caro el marcarse una sevillana cuando se supone que había salido de prisión por estar en las últimas o poco menos.

Confieso que a mí me sigue causando cierto rubor la aportación de algunas fotografías. A veces, se ha pretendido incluso demostrar que la víctima de un delito no estaba tan afectada por él porque hacía vida “normal”, como si hubiera debido de enclaustrarse de por vida.

Pero las que más reparo me causan son aquellas que se aportan en algunos pleitos de familia para tratar de hacer ver lo buen padre o madre que se es frente a las alegaciones de la otra parte. Y ahí van las fotos de los niños comiéndose un helado, jugando al balón, montando en un tiovivo o saludando a la cámara como si con eso pudieran probar algo más que son eso, niños o niñas haciendo cosas propias de su edad. Y luego está quien, para colmo, las sube a las redes sociales para que todo el mundo vea lo bien que se llevan y lo felices que son, o para hacer gala de un madrepantojismo en el que quien más quien menos hemos caído alguna vez.

Aunque también he de reconocer que hay ocasiones que proporcionan nuestros buenos ratos, y más de una anécdota. Entre ellas, me quedo con la de una mujer que, en un juicio de divorcio quería demostrarnos cuál era la ocupación profesional de su pareja, de la que, según ella, sacaba un pastizal, para lo que nos trajo el vídeo promocional de una web de citas donde el muchacho mostraba sus encantos de todas las formas posibles., mientras ella nos lo explicaba con todo lujo de detalles. Al final se vino tan arriba que le tuvimos que decir que ya nos hacíamos una idea de lo demandados que eran los servicios de la otra parte.

Y otras que también me encantan son las fotos que aportan para justificar la petición de cambio de nombre por el usado habitualmente. Como hace tiempo que no llevo Registro Civil, no se si estos expedientes seguirán siendo iguales, pero tenía su encanto cuando María Deseada quería llamarse Desiré, o Maria Josefa quería constar como Jennifer y aportaban cosa tan tiernas como el boletín de notas del colegio, la foto que le hicieron en la guardería vestida de Papa Noel o la estampita de la comunión con su foto con misal y rosario y su nombre «de guerra» en preciosa letra gótica en relieves dorados

Además de este tipo de fotografías, hay otras que me gustan menos. Y que están, además, fuera del proceso. Por un lado, las que nos obsequian medios de comunicación poco o nada escrupulosos con la intimidad de las víctimas y el dolor de sus familiares.

Por otro, las fotos postureo. Esas que se hacen los mandamases de turno aquí o allá presumiendo de lo bien que va todo y de lo cerca que están de la justicia mientras, en un universo muy lejano, seguimos igual de mal que siempre. O las que se hacen con víctimas, o familiares prometiendo esto o aquello. Como dice el refrán, obras son amores y no buenas razones.

Así que hoy el aplauso es, una vez más, para quienes valoran las cosas en su justa medida y hacen justicia aunque sea a base de juego malabares. Aunque no salgan en la foto.

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