Dietas: adelgazando


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El culto a la imagen no es algo nuevo, pero sí es algo que está especialmente presente en el mundo del espectáculo, donde actores y sobre todo actrices se ven obligadas a pasar más hambre que nadie con tal de mantener la figura como imponen los estereotipos. Siempre recuerdo una escena de Lo que el viento se llevó donde Escarlata se queja de tener que fingir que come como una pajarito. O a la protagonista de Pret a Porter, a la que su jefa le echaba la bronca por usar una talla 38, por más divina de la muerte que estaba. Aunque no solo de delgadez vive el cine, aunque lo parezca. También hay películas que protagonizan los Gordos o las comilonas, como La Grande Bouffe. En cualquier caso, para quien vive de su imagen, la dieta se convierte en una constante en su vida. La de la alcachofa, la de los hidratos y hasta la del bocadillo –lo juro, lo ví en un programa de tele-. Es lo que tiene.

En nuestro teatro la realidad es otra. El culto a la imagen no es prioritario y, aunque nos guste estar monas, con mi toga y mis tacones, arreglá pero informal, como Martirio, tenemos nuestra toga como capa que todo lo tapa, y ni falta que nos hacen ciertas cosas. Y es que claro, cuando en vez de photocall una tiene las paredes de la sala de vistas o el juzgado de guardia y en vez de alfombra roja los pasillos de los juzgados, la cosa cambia mucho.  Bye bye, glamur. O no.

La cuestión es que en Toguilandia, si hablamos de dietas, seguro que lo primero que viene a la cabeza a más de uno y de una son las que nos pagan por desplazamientos o por ir a los cursos. Y, aunque eso de “dietas” parece que suena muy bien y que va a ser un pastizal, nada más lejos de la realidad. Aquí las dietas solo las cobramos si para desplazarnos a un juzgado fuera de nuestra sede oficial usamos nuestro vehículo, y a veces ni eso, que nos dicen que vayamos en transporte público que ya nos pagarán el importe del billete cuando las ranas críen pelo, lo mismo que el kilometraje, que da justo para la gasolina, y eso si el coche no consume demasiado.

Luego están las de los cursos y reuniones. Ajustadas a un baremo del año de la picor, una puede elegir entre comerse en menú del día en la Fonda La Paca o pagar de su bolsillo la diferencia, o mejor dicho, todo, y esperar a que varios meses más tarde te ingresen el importe como si hubiera comido en la fonda.

La verdad es que a lo largo de mi trayectoria cursillista  toguitaconada he visto cosas muy pintorescas, por decirlo de algún modo. Desde tener que compartir habitación con una compañera cuando era vocal del Consejo Fiscal porque la dieta no llegaba a una habitación para mí sola, hasta, más recientemente, que nos discriminen en el hotel con un desayuno “especial” en una zona también “especial” porque para nosotros no estaba previsto el desayuno normal del hotel, sino un café y un bollo. Eso sí, hay que agradecer que se cuiden de la frugalidad de nuestras comidas y de la sobriedad de nuestros gastos, que probablemente con la diferencia puedan crearse un montón de juzgados. Algún día, claro. Podrían hasta ponerle nombres: la fiscalía del croissant, la sala de vistas de las tostadas, o el juzgado del zumo de naranja, en honor al que no pudimos tomar para ahorrar esos euros al Ministerio.

Y eso que ahora tenemos suerte, si comparamos con otras épocas. Recuerdo una vez que nos mandaron a un hotel que era calcado al motel de Psicosis. Tanto es así que me sorprendí cuando no vi a Norman Bates en recepción. Y eso sí, antes de acostarme revisé muy bien la habitación no fuera a encontrarme el esqueleto de la madre de Anthony Perkins por allí. Verdad verdadera.

Pero es que a quienes mandan les gusta tener a la Justicia permanentemente a dieta. Por eso son tan tacaños a la hora de proporcionar medios no vaya a ser que caigamos en el pecado de la gula y cojamos un empacho por exceso de pósits, folios o grapas. Y eso sí que no, que hay que cuidar al personal.

También debe ser por una razón de salud y para practicar la virtud de la templanza la costumbre de adelgazar los presupuestos de justicia. Ya pusieron en práctica la dieta de los sustitutos –eliminarlos, como el colesterol-, la de los juzgados –no crear, para que no nos indigestemos-, o la de los medios –eliminar la tentación de desaprovecharlos no teniéndolos-. Si a eso unimos la preocupación porque practiquemos ejercicio en abundancia, manteniendo juzgados atascados donde hay que ponerse las pilas y estar al tajo todas las horas posibles, pues se nos queda un tipín que la bruja de Pret a Porter no tendría nada que echarnos en cara. No sé de qué nos quejamos.

Y, por acaso el sedentarismo hace estragos, pues nada mejor que señalamientos maratonianos para que no le dé a una tiempo a comer. En esos casos, siempre temo que el la grabación de la vista se oiga el rugido de las tripas de alguien, pero parece que queda bien como sonido ambiente.

Así que nada. El aplauso lo dejaremos diferido como el pago de las dietas. Para cuando se lo merezca quien corresponda. Eso sí, mientras tanto quienes engordan sin control son los procedimientos, porque la dieta del papel 0  ha sido tan ineficaz como la de la alcachofa.

6 comentarios en “Dietas: adelgazando

  1. Afortunada la bloguera toguitaconada!!! Los Letrados de Oficio cobramos 60 € por una guardia de Menores o de Violencia de Genero, que suelen durar dos o tres días, fraccionados en cómodos plazos, pagamos de nuestro bolsillos los desplazamientos a las distintas Comisarías, Cuarteles y Juzgados así como los cursos cuya asistencia es obligatorio para trabajar en eso Turnos especiales…

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  2. Y hay quien ni dietas cobra ahora. Te las cambian por días de vacaciones. Recuerdo que en mis tiempos de curranta aunque fuese en otro sector, las dietas eran jugosas lo mismo que el kilometraje. En ocasiones pasabas el mes con eso ( yo era soltera y sin cargas…) y ahorrabas el sueldo entero. Tengo amigos que hicieron horas por un tubo cuando se implanto la informática y…hasta » chaletes» se hicieron con la pastita que ganaron. Eran otros tiempos. Muy bueno tu artículo, como siempre.

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