Códigos: pretérito imperfecto


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Desde que se inventó la imprenta, el mundo del teatro ha estado indisolublemente unida a él. Las obras, los guiones, los libretos, los programas de mano, las entradas o los carteles anunciadores. Todo tenía, de uno u otro modo, relación con la letra impresa. Y la sigue teniendo, aunque cada vez menos, gracias a la tecnología que sustituye papel por pantalla, lo físico por lo virtual. Hoy sacamos nuestras entradas a través de Internet y a veces ni siquiera hace falta imprimirlas. Atrás quedaron los tiempos de Cinema Paradiso, por más que cause nostalgia el recordarlo.

Y, si la historia en cualquier materia está unida a la existencia de la letra impresa, en nuestro teatro más que en ninguno. No en vano a los abogados se les llama Letrados –y Letradas-, y hoy los antiguos secretario judiciales son Letrados de la Administración de Justicia. Porque, como muy bien explicaría Coco en Barrio Sésamo, Letrado viene de letras.

Es cierto que la imagen de quienes nos dedicamos a la Justicia siempre viene asociada a libros, togas y balanzas. Es imposible no relacionarnos con enormes tochos que, en ocasiones, amenazan con tragarnos. Repertorios de jurisprudencia, leyes variadas y, sobre todo, Códigos. La madre de todas las batallas judiciales. No sin mi Código, podría ser eslogan común de las profesiones jurídicas. Y le iría al pelo.

Como soy hija y nieta de abogado, recuerdo siempre los pasillos de mi casa, además del despacho correspondiente, plagados de librotes, a los que luego fueron a sumarse los míos.  Porque, además, pocas cosas hay más cambiantes que las leyes. Todavía me acuerdo de mi desesperación siendo opositora cada vez que a las Cortes les daba por meter, quitar o cambiar un articulito, o más, de uno u otro código. El antecedente de lo que hoy se llama la obsolescencia programada. Aún no habías acabado de pagarlo en la caja de la librería jurídica de marras, y ya había algo derogado. De hecho, no era raro que al comprarlo ya vinieran con addendas, esos cuadernillos que advertían que tal o cual precepto habían sido cambiados y aportaban el nuevo texto. Y también me acuerdo que mis Códigos de opositora obsesiva se convertían en un verdadero puzzle con trocitos de Boe pegados y hasta con desplegables artesanos. Tal como éramos.

Ahora, con el advenimiento de las nuevas –o no tan nuevas- tecnologías, la cosa debería haber cambiado. Y algo ha cambiado, la verdad, pero menos de lo que debería. Ahora podemos echar mano de Internet y ver la última redacción del precepto buscado en un nanosegundo. También pasaron a la categoría casi de incunables aquellas colecciones de jurisprudencia por años, como el Aranzadi de tapas de cuero o similar y papel de biblia. Que tenían su punto, no digo yo que no, pero que acababan copando espacio por todas partes.

Pero, si somos realistas, basta con echar un vistazo a cualquier sala de vistas para percatarse que todavía llevamos nuestros Códigos a cuestas. El Código Civil, el Penal, las Leyes de Enjuiciamiento Civil y Criminal, o los que afecten a la jurisdicción de que se trate. La mayoría vamos con nuestros libritos en la mano para hacer una consulta rápida, si es necesaria. Posiblemente influya el hecho de que en las salas de vistas no suele haber wi-fi ni otras posibilidades tecnológicas de consultar que no sean las que cada cual aporta de su propio bolsillo.

Pero no solo es eso. También se trata de mentalidad, de que en este mundo llevamos bastante a cuestas eso de no ser nativos digitales y vivimos todavía pegados al papel. Buena prueba de ello es el funcionamiento de la propia Administración de Justicia en la que, por mas que nos vendan lo del papel 0, seguimos requiriendo en cada procedimiento de documentos con sus sellos, cuños y firmas como toda la vida. Y sus grapas, sus cuerdas flojas y hasta sus imprescindibles posits.

No hace mucho, un Magistrado ya mayor me preguntó si no había bajado a la sala el Código penal, que a él se le había olvidado. Le dije muy convencida que lo llevaba en la mano, refiriéndome a mi teléfono móvil, donde almaceno las leyes que uso con más frecuencia. Me puso una cara muy rara, me dijo que era muy moderna, y, después de enseñarle el artículo que buscaba, me hizo una fantástica pregunta. ¿Y no te ha costado mucho trabajo hacer fotos de todas las páginas del Código?. No supe si reirme o llorar, y acabé saliendo del trance con un diplomático “es que soy muy apañadita” que igual vale para un roto que para un descosido.

Aunque confieso que, en ocasiones, aun me causan nostalgia mis viejos Códigos, los llenos de anotaciones y pegatinas. Cuando los veo –aun conservo algunos, fruto de mi particular síndrome de Diógenes- me producen la inmensa ternura que no me causaron en su día. Debe ser que me hago mayor. Probablemente por eso, y aunque sea muy moderna, como decía aquel magistrado, todavía sigo echando mano de Códigos en papel en muchas ocasiones. Y eso que no siempre nos los proporcionan, o lo hacen tan de vez en vez que tienen que soportar varias reformas sin ser sustituidos. Así que, aunque menos, sigo visitando in person las librerías jurídicas. Y no soy la única, desde luego.

Y es que en Justicia las cosas  son como las de palacio, que van despacio. Y la verdad, tampoco tienen pinta de ir a despegar como un cohete a propulsión. Aunque a trancas y barrancas vayamos acoplándonos cada cual como puede.

Así que hoy el aplauso es, a partes iguales, para ese puntito de nostalgia, y para la capacidad de adaptarse a los tiempos. Porque, como dice el refrán, en el término medio está la virtud.

2 comentarios en “Códigos: pretérito imperfecto

  1. Me has hecho visualizar el despacho de mi papá. También soy hija y nieta de abogado y recuerdo los libros apilados en sus estanterías, creo que por leyes, y yo, que no entendía de nada (era pequeña) fisgoneaba. Recuerdo perfectamente «Editorial Aranzadi» y ver sobre la mesa una especie de revista que deberían ser las actualizaciones. Elnobre se me quedó grabado: «Aranzadi».
    La Justicia no avanza en tecnología ni aumenta el personal para manejarla pero una servidora sigue sacando las entradas por ventanilla. No he ioerado por internet y no me gusta ( yo, si me he hecho mayor 🙂 ) aunque no tendré más remedio que aprender. Me sacaré la tarjetita esa que hay en la que solamente pones lo que vas a gastar…

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