Decisiones: ¿dilemas resueltos?


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Todos los momentos de la vida están marcados por la toma de decisiones. Siempre llega un punto en que el camino se bifurca en dos – o más- y hay que elegir, sin saber qué será lo adecuado. Como la que toma quien se quiere dedicar al espectáculo desde el momento en que dice eso de Mamá quiero ser artista, ante el pasmo y desespero de atribulados progenitores, que tener un hijo o hija cómicos no estaba muy bien visto en algunos momentos.

Quizás por eso la ficción ha dejado muestras de la importancia de ello, como aquella terrible opción que tenía que tomar la protagonista de La decisión de Sophie o la invitación que desde el propio título hacía la de Elígeme.

Y cómo no, desde mucho antes de ponernos la toga, incluso antes de ser capaces de subirnos a los tacones -o a los mocasines-, el camino que lleva a Toguilandia está sembrado de baldosas amarillas, como si fuéramos la mismísima Judy Garland de El Mago de Oz. Ya hablamos de ello emulando a Sahakespeare, hamleteando que es gerundio, cuando hablábamos de las dudas que jalonan nuestro camino toguitaconado.

Pero hoy, a sugerencia de Julia, lectora y ya amiga, dedicaré este estreno a las que surgen antes. A la difícil decisión, aquí y ahora, del camino a tomar y cómo llegar hasta él.

En mi tiempo, en cierto modo lo teníamos más fácil. No nos exigían tener las cosas claras tan pronto como ahora en que, si nos descuidamos, en el mismo momento de dejar el chupete habrá que saber si se quiere hacer ciencias o humanidades, y qué tipos, optativas e itinerarios para llegar al buen puerto pretendido. El problema es que se tarda mucho en saber cuál es el puerto realmente bueno para cada quien. Y hay quién, hasta con su flamante título de licenciado –ahora grado- en Derecho, aun sigue debatiéndose en qué narices hacer con su vida.

Como decía, en su día eso era más sencillo. Podíamos dejarnos llevar por la inercia, y acceder, como en muchos casos, a la carrera de Derecho por el tópico de que tiene muchas salidas. Pero hoy el problema ya no son solo las salidas, lo es también la entrada. Porque ya hay que prever muchas cosas para acceder, como una nota que permita hacer la carrera ansiada. Acompañada de un estudio milimétrico de optativas, troncales y otras zarandajas que hacen que los jóvenes se planteen el acceso a la Universidad como un cálculo estadístico. Y luego, seguir eligiendo, dónde y cómo, si un doble grado o uno sencillo. Que hemos llegado a un punto que si no se tienen al menos dos carreras no se es nadie, aunque se trate de dos cosas que tengan tan poco en común como un huevo y una castaña.

Pero sigamos la ruta. Imaginemos que ya estamos dentro. Tampoco aquí la cosa es tan sencilla como nos lo ponían antaño. Entonces los cursos tenían sus asignaturas y nuestra única obligación era aprobarlas del mejor modo posible. En mi facultad de Derecho de Valencia elegíamos entre Privado, Público o Empresa, y teníamos un par de optativas, pero era un caso excepcional, y solo eso ya nos daba más de un quebradero de cabeza. Pero ahora escogen cada asignatura en una suerte de encaje de bolillos en el que no me hubiera querido ver en su día. Confieso que una vez que tuve que matricular yo a mi hija tenía taquicardia temiendo haberme equivocado en la opción oportuna en cada caso. No sentía los dedos, por el temor a darle a la tecla errada y fastidiarle el curso.

Superado todo eso, llega lo peor. Opositar o no hacerlo, ejercer por libre o buscar colocación por cuenta ajena. Y lo que es más difícil, lograrlo. Pero vayamos por partes.

Si se decide opositar, hay que escoger a qué. Si hacer una de las consideradas «difíciles» (notarías, registros, inspección de Hacienda, abogado del estado, Juez, fiscal, Laj, entre otras) o se opta por cuerpos de gestión, de tramitación o similares. Y saber que la cosa está malica, que convocan pocas plazas, y que es posible tirarse muchos años en ello, y lograrlo o no. ¿Cómo decidirse entonces? Pues confieso que no tengo la fórmula. Pero recomiendo que, más allá de motivaciones prosaicas como lo fácil o difícil que resulte o la perspectiva de ganar más o menos dinero, pensemos directamente en el trabajo que nos espera. Es recomendable hacer una visita, o más, a Juzgados, Notarías, Registros o aquello que nos llame la atención antes de decir la última palabra. Ahora el practicum da alguna posibilidad de la que antes carecíamos. Si nos gusta, adelante. El mundo es de los valientes. Y pocas personas hay más valientes hoy en día que un opositor u opositora.

Pero no caigamos en el error de creer que elegir el ejercicio es el camino fácil. Nada de nada. También aquí hay que escoger de qué y cómo se ejerce, si abogado o procurador, si por cuenta propia o ajena, si una especialidad –si nos dejan- o cualquier cosa que caiga en nuestras manos. Y saber que a veces hay que hacer una combinación de derecho y psicología aderezada con paciencia para la que no todo el mundo está preparado. Bien tuve oportunidad de verlo en casa, con un padre abogado y enamorado de su profesión…pero que fantaseaba con tener una hija fiscal. Lo logré pero, aunque él no estaba ya conmigo, no dudo que lo vio desde donde quiera que se encuentre.

Así que ahí queda eso. No sé si sirve como consejo, pero me aventuro a darlo. Buscad vuestro camino porque sea el que os llene, que en Toguilandia esperamos ansiosos a gente con vocación y ganas.

Por eso hoy el aplauso va para quienes, pese a las dificultades, no tienen miedo en escoger la opción ansiada. Puede que no lleguen a la meta, pero el camino recorrido siempre merece la pena si se recorre con ganas. Intentarlo, ya es de valientes. Y lograrlo es posible. No lo olvidéis nunca. Palabra de toguitaconada

 

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