Carteles: avisos varios


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Pocos símbolos con más magia en el espectáculo que los carteles anunciadores. Esas pequeñas obras de artes que anuncian el estreno de una película o una obra de teatro. Pintados a mano, en principio, y hoy con la más moderna tecnología. Maravilloso ver cómo cambiaban los de las películas en Cinema Paradiso o cómo los hacía Toulouse Lautrec para el mítico Moulin Rouge. Y, por supuesto, un verdadero sueño ver colgado el de “no hay localidades”, y una pesadilla ver el de “función suspendida”. La vida en carteles.

Y nuestro teatro no podía ser menos. Tenemos, por supuesto, nuestros carteles anunciadores, más o menos rimbombantes, en cada sede, y, más bien menos que más, en el interior de las mismas, para conducirnos con mayor o menor fortuna a la dependencia buscada. En Valencia, por ejemplo, contamos un sistema de colores, como si fuéramos los mismísimos Parchís: rojo el penal, azul el civil, amarillo el social. Supongo que a quienes lo idearon ni se les pasó por la cabeza que pudiera existir una jurisdicción contencioso administrativa, ni unos elementos extraños como los Juzgados de lo Mercantil o los de Violencia sobre la Mujer.

Aunque, respecto a mi supuestamente flamante Ciudad de la Justicia, no puedo ver el cartel anunciador del edificio sin que se me venga a la cabeza una anécdota que me contó una buena amiga procuradora. Había quedado con un cliente y tenían que concertar el lugar de la cita, y el cliente en cuestión se empeñaba en quedar “donde el caballo”. Mi amiga se volvía loca pensando a qué narices se referiría, puesto que no hay ningún cuadro, ni escultura ni nada que reproduzca un ejemplar equino, ni tampoco unas cuadras cerca. Cuál no sería su sorpresa cuando descubrió que se refería a la puerta principal, donde luce el escudo de la Generalitat, que no tiene caballo alguno, pero sí un dragón coronándolo. Increíble pero cierto.

Pero hay otros carteles mucho menos institucionales que abundan por todas las sedes judiciales y dan idea del estado de las mismas, y hasta del humor o la ausencia de él de sus titulares. En mi primer destino, y al hilo de un rifirafe entre un juez y un letrado acerca de la vestimenta de este último, surgió un cruce de carteles de lo más pintoresco. Como quiera que el letrado se obcecaba en vestir a su modo, el juez colgó un cartel que decía: “prohibido entrar sin corbata”. El letrado acudió al día siguiente con una corbata fosforescente enorme, vaqueros y sandalias de nazareno. El juez no cedió y colgó un nuevo cartel que prohibía la entrada sin calcetines, y al día siguiente el letrado acudió ataviado con bermudas y sandalias con calcetines al modo guiri. El incidente terminó de modo abrupto ante las quejas de las letradas que, en pleno verano mediterráneo, se negaban, obviamente, a ponerse calcetines bajo sus bonitos zapatos o sandalias. Pero dio su juego.

En el otro extremo, una juez de uno de los partidos judiciales que he recorrido con la toga a cuestas, que tenía el juzgado empapelado de carteles donde advertía las horas, modos y maneras en que se podía entrar en su despacho, con cosas del tipo “los funcionarios solo podrán entrar de 11 a 12” “absténgase de molestar a Su Señoría cuando está la puerta cerrada” “la firma solo se pasa a su Señoría de 12 a 2” o “Su Señoría no atiende Letrados salvo cita previa”. Como no me gustaba nada aquello y, aunque no sea letrado, no había cartel referido al Ministerio Fiscal, permanecí callada y modosita hasta que salió a la puerta. Cuando me preguntó por qué no había entrado, le dije, obviamente, que no había cartel referido a la fiscal. Por suerte, no hemos vuelto a coincidir.

También hay carteles ilustrativos acerca, como decía, del estado de las sedes. “No abran ventanas, que luego no cierran”o “cierren que hace frío”, aunque uno de los buenos es el que rezaba “no subirse a las estanterías” a cuenta de un incidente en que éstas se habían desplomado con todos sus expedientes sobre los funcionarios.

Y uno de los grandes protagonistas de la cartelería judicial es, paradójicamente, el propio papel. Las advertencias a los letrados de que acudan sus propios folios o no podrán hacer fotocopias abundan por los juzgados de España. Pero la mejor es la que me cuenta una compañera, que decía “utilicen el papel estrictamente necesario”. Lo peor es que en este caso se refería al papel higiénico, nada menos. Toda una alegoría de lo que sería después el tan traído y llevado Papel0.

Las instrucciones también son parte del escenario habitual. Las de la fotocopiadora, el escaner o el fax, incluidas referencias a las teclas que no funcionan en algún caso. Tan ignoradas como la sempiternaa de “apagar el móvil”, la de “prohibido el paso”, o la de “peligro, suelo mojado”, sea porque el personal de limpieza ha acudido en horas de trabajo o porque una inundación o una gotera nos ha recordado cómo estamos. O una muy celebrada en su día “prohibido mascar chicle en este juzgado”. Y el colmo, la fijada en un frigorífico junto a unos frascos que decía “ojo, muestras de semen”. Aún no sé el “ojo” a qué se referiría exactamente.

Buena muestra de la constante modernización es un cartel que tiene su aquel, fijado en el ascensor de la Ciudad de La Justicia de Valencia. Aparte de su estado lamentable, anuncia que los pisos cuarto y tercero son “zona de descanso de funcionarios”. Lo cual ha dado para más de una chuflaina, porque en esos pisos está ubicada actualmente una sección de la Audiencia y una parte de fiscalía, precisamente la mía. Y poner a tiro al bromista de turno que nuestros despachos son zona de descanso es arriesgar demasiado. Obviamente, el cartel pertenece a otra época. Pero da mucho juego. Y a mí, mucha rabia.

Pero, para sentido del humor, la de quien colocó un cartel sobre varios expedientes, con la leyenda “no tocar, están prescribiendo”. Otro visionario que debió adivinar el advenimiento de la reforma procesal con su límite de instrucción.

Otra cosa que se trasciende en la cartelería son las relaciones personales. O la falta de ellas. Me cuentan que una juez, publicado su traslado y a punto de hacerlo efectivo, colocó un cartel en la nevera que tenían diciendo “el frigorífico es mío y me lo llevo, vaciadlo antes del lunes”. Imagino que así lo harían, porque no parece que admitiera prueba en contrario.

Aunque yo el cartel que guardo con cariño es el que confeccioné y fijé en la puerta de mi despacho con el texto “fiscal en huelga” con motivo de la única huelga que hemos hecho los fiscales.

Lamentablemente, el odio y la intolerancia también tienen su reflejo en carteles y pasquines. Todos hemos visto los que periódicamente colocan en la puerta de los juzgados de violencia sobre la mujer de cualquier lugar de España. Ese “stop feminazis” tan terrible e insultos parecidos, una verdadera oda a la sinrazón.

Así que hoy el aplauso es especial. El que desde Con Mi toga y mis tacones doy a quienes me han prestado sus anécdotas y fotos, sin las cuales no hubiera existido este estreno. Mil gracias.

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