Detectives: ojos que sí ven


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Pocas profesiones han dado tantos argumentos a obras de teatro, películas y series de televisión que la de detective. Un oficio que a priori imaginamos lleno de glamour y encanto y que en la vida real no lo es tanto. Desde El Halcón Maltés hasta Miss Marple, desde Hércules Poirot hasta Sherlock Holmes, desde Los Angeles de Charlie a Colombo o a la inefable Jessica Fletcher de Se ha escrito un crimen, son cientos los detectives que la ficción nos ha proporcionado. Con sus claros y sus oscuros. Y hasta en pareja, como Mc Millan y esposa, Luz de Luna o Remington Steele.

Pero la vida real es lo que tiene, que el glamour se acaba marchando por la ventana. Y, aunque es una bonita profesión, ni van en cochazos, ni vestidas a la última, ni siempre resuelven asuntos importantísimos allá donde la policía no supo. Pero es que, por suerte, tampoco tienen un homicidio por semana, como les ocurría a los televisivos héroes de nuestra infancia.

Y, aunque a veces no se sepa, tienen también su papel, a veces protagonista, en nuestra función . Todos hemos visto informes de detectives que forman parte de la documentación de un proceso, sea penal, civil o laboral. Y confieso que me sigue encantando ver esos cuños cruzados sonde pone “confidencial”, que me siguen transportando a aquellas series de televisión.

Pero, según me cuentan, del dicho al hecho hay un buen trecho, y eso de ponerse en la puerta una placa o recibir una llamada de cualquiera que quiere investigar o espiar al prójimo, es muy distinto de lo que se imagina. Actualmente y a la espera del Reglamento que desarrolle la Ley de Seguridad Privada, su campo de acción es restringido, y no pueden lanzarse a investigar a cualquiera. El solicitante tiene que demostrar un interés legítimo, y una relación que le autorice para adentrarse en la intimidad del otro. Ello es especialmente relevante en los casos en los que lo que se quiere probar, comprobar –o a veces descartar- es una presunta infidelidad o simplemente con quién se relaciona íntimamante determinada persona. Pues bien, por más ganas que tenga de saberlo el cliente, no hay nada que hacer si no acredita que es su cónyuge o su pareja de hecho inscrita como tal. Y aún así, respetando siempre los límites que el derecho a la intimidad conlleva. No obstante, me cuentan que en otro tiempo, la investigación de presuntas infidelidades de cara a un divorcio era un buen filón para la profesión, aunque hoy ya no sea de ese modo.

De aquella época data esta anécdota, totalmente verídica, que ha llegado hasta mí. Habida cuenta que la necesidad de prueba en juicio obligaba en ocasiones a que el detective compareciera como testigo en el mismo, se veían en situaciones comprometidas, por no decir extravagantes. Como una en que nuestro protagonista tuvo que relatar en la vista la práctica de una felación. Según sus propias palabras ”El detective, desde un lugar elevado, observó cómo los investigados se encontraban en el interior del vehículo, Dña. Mercedes tenía su cabeza a la altura del abdomen de D. Manuel, realizando un movimiento oscilante de forma reiterada, como si contestara de forma afirmativa a una cuestión planteada” La cosa fue tan sonada que cuando terminaron la vista, el juez le felicitó, partiéndose de risa, de cómo había descrito el episodio en cuestión.

Pero no todos los encargos son de esta índole. Otros de los frecuentes son los relativos a las bajas laborales, dada la picaresca de más de un espabilado en fingir un dolor o unas secuelas que no existían. Y no me extraña. Yo misma he visto cómo algún listillo llegaba a la consulta del forense con su collarín cervical y cara de agonía, y no más daba la vuelta a la manzana se desprendía del mismo con una agilidad que le podría llevar hasta el Circo del sol. Recuerdo también un trabajador que estaba de baja por lumbalgia y fue descubierto en la prensa del día siguiente portando el anda del Cristo de su pueblo sin nada que recordara su supuestamente dolorida espalda. Y son precisamente esas cosas las que tratan de demostrar con sus seguimientos, porque no siempre hay una fotografía en el periódico que desenmascare al pillo.

No obstante, mucha gente sigue teniendo la idea que nos han trasladado las películas y, unida a su propia fantasía, hace que les lleguen peticiones de lo más pintoresco de personas empeñadas en que están siendo seguidas y perseguidas por vaya usted a saber qué grupo perverso o secta satánica. Y, según me cuentan, con especial incidencia cuando la luna llena empieza a anunciarse. Ya se sabe, El poderoso influjo de la luna. Y no me extraña que se vean en situaciones más que curiosas, con las cosas que a veces vemos. Recuerdo en uno de mis anteriores destinos que teníamos un habitual de los juzgados empeñado en denunciar abducciones marcianas día sí y día también, especialmente a través del ombligo. Pobre del detective que tuviera que seguir a ET hasta su casa..

Así que hoy el aplauso es para estos protagonistas ocasionales de nuestro teatro, ni tan conocidos, ni tan televisivos como se imagina. Pero cuya labor es esencial en ocasiones para conducir la barca de la Justicia a buen puerto.

Y el aplauso especial para Octavio Morellá, que ha compartido conmigo sus vivencias profesionales para redactar este post. Mil gracias

2 comentarios en “Detectives: ojos que sí ven

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