Videoconferencia: togas en plasma


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Hoy las ciencias adelantan que es un barbaridad, como decía el famoso cuplé. Por eso, ya desde hace mucho nos hemos acostumbrado a ver imágenes enlatadas. Artistas que no pueden ir a recoger un premio y graban su agradecimiento en un vídeo que luego se emite en la pantalla del teatro donde se celebra el evento, frases de personas que quieren sorprender a aquel que se quiere rendir un homenaje, o momentos de la vida o la obra de cualquiera que, por la razón que sea, no puede estar presente. Pero no solo hay secuencias pregrabadas. El mundo del espectáculo nos tiene desde hace tiempo acostumbrados a las conexiones en directo desde cualquier otro punto del planeta, de modo que se puede interactuar simultáneamente desde diferentes sitios sin necesidad de desplazamiento físico. Algo tan habitual que ni siquiera le damos importancia.

Pero nuestro teatro simpre vive la vida con varias décadas de retraso. Por no hablar de siglos, que ya sabemos de cuándo datan algunas de las leyes más usadas. Y eso de las conexiones en directo nos sonaba a chino hace apenas unos años. Y ahora, aunque no a chino, tampoco andamos colocados en la cúspide de la modernidad. Pero claro, es difícil actuar en un teatro donde se ponen parches en un viejo telón de terciopelo ajado en lugar de sustituirlo por una moderna pantalla de plasma.

Y ya que de plasma hablamos, vayamos a ello. Desde hace menos tiempo del que sería deseable, se ha implantado –o mejor dicho, incrustado, que lo de implantación aún nos viene grande- eso de la videoconferencia. La idea, por supuesto, buena, destinada a ahorrar desplazamientos innecesarios por parte de los profesionales, y a evitar suspensiones de juicios u otras actuaciones porque quien tiene que intervenir está a kilómetros de distancia. Algo que no solo está bien, sino que tenía que ser imprescindible. Y que podría tener otras aplicaciones.

Pero como siempre ocurre en nuestro teatro, del dicho al hecho hay un buen trecho, y la ejecución no ha estado tan fina como cabría desear. Así, nos encontramos en un primer momento con el problema de la ubicación. Los aparatos de videoconferencia se instalaban en las salas de vistas de algunos juzgados, o en determinados despachos, para el uso de todos. Con el inconveniente de que, si el titular de ese despacho estaba haciendo algo, o la sala estaba ocupada celebrando juicios, no había manera de celebrar la dichosa viodeoconferencia. Así sigue en muchos sitios, por no hablar de deficiencias técnicas en la calidad de imagen que hacen que, sin ir más lejos, la juez de un pueblo se venga obligada a acudir a la capital para hacer la videoconferencia con otro pueblo diferente, o con la prisión, de modo que el desplazamiento se sigue haciendo, aunque sea la juez la que se traslade. Ella, y el justiciable con el que tenga que practicar la diligencia de que se trate, que, en el ejemplo al que aludo, era una rueda de reconocimiento.

Pero las anécdotas que trae consigo el uso de la videoconferencia darían para escribir un libro. O más. Sin ir más lejos, el terminal de una fiscalía que conozco bien padeció durante mucho tiempo de una avería consistente en que no funcionaba una de sus teclas. En concreto, el 6. De modo que no era posible conectar con ningún número de teléfono que contuviera ese dígito. Y solo cabía cruzar los dedos. Y además, hay lugares cuyos sistemas son absolutamente incompatibles. De modo que juro por lo más sagrado que es más difícil la conexión de Valencia con Málaga que con la nave nodriza de Star Trek.

Así que íbamos descartando. No se usa el sistema si está ocupada la sala, tampoco si el teléfono contiene un 6, y siempre que el interlocutor no esté en Málaga. Suma y sigue. O mejor, resta.

Porque esto es un ejemplo. Pero hay más. No todas las salas de vistas, por muy moderno que sea el edificio, tienen posibilidad de videoconferencia. Y se señala y se practica en el Decanato, de modo que, a mitad sesión, se hace la testifical o la pericial tras recorrernos los pasillos, debidamente togados –con tacones o sin ellos- Magistrados, Fiscal, acusado, LAJ, funcionarios, abogados, procuradores y hasta público. Y allí nos quedamos todos esperando a que nos llegue el turno y a que, una vez nos ha llegado, dé resultado el “probando, probando”. O, en otros casos, lo de “Houston, tenemos un problema”. Que lo de Apolo VI es una tontería al lado de esto.

Pero quizás lo más llamativo es el modo en que aparece la imagen. Yo he hecho vídeoconferencias con imagen congelada, con lo tonta que se llega a sentir una hablando a una foto fija y oyendo una voz de ultratumba contestar. Temiendo que, de un momento a otro, sonara aquello de “Carolyn, ven a la luz” al más puro estilo Poltergeist.  También con una imagen retardada, que una al final no sabe si le contestan a esa pregunta o a la que hizo diez minutos antes. Y, además, los interlocutores de allende la pantalla se ven moverse a modo robot, como si se trataran de replicantes o algo parecido. No quiero ni pensar cómo nos verán al otro lado, algo así como ciborgs togados. O un remedo del Nacho Dogan del Aplauso de mi infancia –si alguien más lo recuerda-, un DJ –entonces los llamábamos disk jockey o pinchadiscos, que es peor- que aparecía los sábados en la tele pintado de blanco y con movimientos robóticos para traernos el último hit parade.

Lo que sigo sin entender es que cómo le resulta tan fácil darle el Nescafé virtual al hijo a la señora del anuncio, y nosotros seguimos sin tener un sistema en condiciones. Pero igual son cosas mías. O quizás convendría hablar con esa señora y que nos lo explique.

Mientras tanto, no nos olvidemos del aplauso. Y no al programa de antaño, que también, sino a quienes, pese a todo, consiguen sacar adelante estos procesos plasma mediante. Porque, como ya dijeron de la Armada Invencible, no nos prepararon para luchar contra los elementos. Y eso es lo que hacemos. Un día tras otro.

 

6 comentarios en “Videoconferencia: togas en plasma

  1. Muy bueno…se te olvidó recoger la videoconferencia en la que el sonido no se oye desde el otro lado de la pantalla, aunque desde el nuestro sí, lo que significa celebrar la videoconferencia pasándonos un teléfono móvil por los estrados de unos a otros para los interrogatorios mientras vemos y oímos lo que nos dicen por la pantalla. Así ya llevo dos en ciudades diferentes.

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