Indultos: la excepción


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Todos sabemos eso de que la excepción confirma la regla. Pero la excepción no es otra cosa que eso, la excepción. En el teatro y en el mundo. Por más que a veces se vea más una cosa que la otra. Ya sabemos, eso de que la noticia es que el perro muerda al hombre y no al contrario.

Por supuesto que el teatro se nutre de historias llamativas, de vidas excepcionales y de casos curiosos. De gente que destaca por ser Uno entre un millón o por tener Una mente maravillosa. Aunque a veces también se dedique a hablar de la Gente corriente.

Y nosotros, desde luego, también tenemos nuestras excepciones. Faltaría más. Y la excepción por antonomasia es el indulto. Que no es otra cosa que una institución que permite que las penas impuestas por el poder judicial no se cumplan por la intervención del poder ejecutivo. Un salto en el vacío a las máximas de Montesquieu que, como excepción a la sacrosanta división de poderes, tiene que ser más que justificada.

Pero ahí está. Normalmente no le hacemos mucho caso hasta que pasa algo y saltan las alarmas. Por defecto o por exceso. Tanto nos asustamos si un corrupto, o alguien que ha cometido un crimen despreciable es indultado, como si una persona que no parece merecer tanta repulsa no obtiene este beneficio. Y, volubles que somos, nos inclinamos como un columpio infantil a uno u otro lado. Parece que tan pronto nos escandalizamos porque dan un indulto como otro día porque no lo dan. Y lo peor de todo es que nos posicionamos sin tener ni idea, `porque estas cosas suelen venir precedidas por una campaña mediática en la que nos informan de lo que quieren, de lo que saben y de lo que imaginan a partes iguales. Y así no hay quien deba opinar.

Pero la cuestión va más allá. Y es que el guión de esta historia está escrito nada menos que en 1870, nada menos. En aquellos tiempos en que las mujeres paseaban con faldas largas y corsés, y los hombres fumaban puros en los salones de fumadores mientras hablaban de lo que pasaba en las colonias. O al menos eso es lo que se desprende de las películas, como ese  ¿Donde vas Alfonso XII? O las Violetas Imperiales de Luis Mariano, que nos han repetido tantas veces en televisión.

Pues bien. De esa época es nuestra ley de indulto, que por más prisa que se quiso dar el legislador este año en reformar todo lo que encontraba, le pareció que ésta aun tenía recorrido. Tan vieja, la pobre, que ni se publicó en el BOE porque no había BOE, ni venía del Ministerio de Justicia porque tampoco era tal. Se publicó en la Gaceta de Madrid, el abuelito del actual BOE, y se refería al Ministerio de Gracia y Justicia, nombre que de gracioso no tiene nada, dicho sea de paso.

O sea, que se hizo en un tiempo en que la Justicia se consideraba una gracia y no un derecho, y nada de eso de que emana del pueblo que dice nuestra Constitución, posterior en más de un siglo a la ley. Ahí es nada.

Pero ahí seguimos. Con una ley de la que parece no acordarse nadie más que cuando en un momento dado nos causa más Escándalo que la canción de Raphael, sea en un sentido o en otro, cuando llega su particular Gran Noche. Y es que parece que solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando llueve.

Pero ya que de indultos va la cosa, cuando oigo esta palabra siempre evoco otra cosa. El ninot indultat de las Fallas de mi tierra valenciana. El privilegio de salvarse de las llamas de la Cremà a cambio de un valor extraordinario, una gracia –aquí sí vale- que obtiene una sola de las figuras de todos los monumentos falleros por su excepcionalidad, y que le hace merecedor de conservar su vida de cartón piedra y lucir Por siempre Jamás en el museo correspondiente.

Y ya puestos, me pregunto cuál sería el ninot indultat de esta legislatura, si es que hay alguno. Qué o a quién salvaríamos de las llamas que dan lugar a un nuevo período. Y la respuesta, me temo, es más que obvia. Por lo que a Justicia respecta, el premio debe quedar desierto. Que a cada ocurrencia nos han dado un nuevo disgusto, sea por la ocurrencia en sí, o sea por la falta de previsión para llevarla a cabo. O por ambos.

Así que, como ya se van acercando las Fallas, cambio hoy el aplauso por una propuesta para el público de nuestro gran teatro. ¿Indultarían a alguien? Porque a mí, la verdad, es que para algunas cosas el único museo que se me ocurre es La Tienda de los Horrores.

Pero que cada cual decida y formule su apuesta. Hagan juego, señores.IMG_20160209_172039

2 comentarios en “Indultos: la excepción

  1. Mi abuela decía que nos acordamos de santa Bárbara cuando truena, 🙂
    Yo creo que, si hay alguno, no encuentro a nadie.
    Saludos musicales, guapa.

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