Educaciòn: lo imprescindible


mandela educación

La educación es algo tan necesario que, sin ella, no habría cine, ni teatro, ni ningún tipo de arte. Sin educación no habría artistas y, si me apuran, no habría espectadores, porque el arte casa mal con la falta de educación. Sin ella no habría títulos como La lengua de las mariposas o La mala educación. Y no habría, desde luego, documentales como Maestras de la República o, en el otro espectro de la vida, series como Crónicas de un pueblo

   No es sencillo distinguir entre educación y formación y con frecuencia se confunden ambas. Pero no son lo mismo, aunque puedan ser primas hermanas. Conozco personas a las que las vicisitudes de la vida les privaron de formación pero poseen una exquisita educación y personas educadas en los colegios más elitistas que carecen por completo de ella. Lo ideal es, desde luego, poseer ambas, pero no es fácil, aunque no sea imposible. Conozco mucha gente en que sí convergen.

En estos días se habla mucho de adoctrinamiento en la escuela, con el llamado pin parental incluido, pero si la cosa sigue así, se abusará tanto de esta palabra que acabará dejándose sin contenido. No se hablaba de ello, sin embargo, en mi infancia más remota y mucho antes, a pesar de que las escenas de niños y niñas segregados por sexo, cantando el Cara al sol, estudiando una asignatura llamada Formación del espíritu nacional y asumiendo el Manual de la buena esposa de la Sección femenina como libro de cabecera para las futuras mujeres Algo tan cercano al adoctrinamiento que la serie que he citado en primer término, Crónicas de un pueblo, no se ha repuesto jamás porque, según leí, era obligatorio introducir en cada capítulo un artículo del Fuero de lo españoles. Que conste que yo recuerdo lejanamente la serie, con un cartero inolvidable, pero no tengo conciencia de mucho más, porque era muy niña cuando cambió el régimen. Solo me acuerdo de un libro que decía de García Lorca que «murió en extrañas circunstancias» y que, cuando pregunté qué extrañas circunstancias eran esas, fue respondido con un “de eso no se habla”.

Cada día percibimos en Toguilandia la existencia de personas que, desde cualquier sitio de nuestra función, tienen una educación exquisita. Personas que no ponen el grito en el cielo cuando no les atienden en el acto o no les dan la solución que pretenden, que confían en el quehacer de su letrada o letrado y respetan a quienes vestimos toga como debería hacerlo todo el mundo. Siempre me producen ternura esas señoras mayores que llegaban dos horas antes de empezar su juicio de faltas “no vayan a tener que esperar por mí”. Y se vestían de domingo, como en las ocasiones importantes de la vida.

Al otro lado de la escala imaginaria están quienes gritan a cualquier cosa, quienes interrumpen y quienes, a pesar de que se les dice una y mil veces que no pueden hacer gestos de aprobación o desaprobación, no dejan de darse golpes de pecho y mover la cabeza asintiendo o negando. Especial mención merecen los que hacen caso omiso de la indicación de desconectar el móvil y, no solo nos obsequian con música de Shakira, de Rosalía o del concursante de moda de Operación Triunfo, sino que si nos descuidamos atienden el teléfono a mitad juicio y nos dicen que esperamos, que es solo un momento, Tra tra. Por supuesto, suele coincidir con una vestimenta de lo más inadecuada, que no digo yo que haya que venir al juzgado vestido de Primera Comunión, pero tampoco es de recibo hacerlo en bañador y chanclas, gafas de sol y comiendo chicle, escena frecuente en sitios con playa. Por no hablar del cigarrillo detrás de la oreja, que no sé si es de mala educación, pero a mí me da mucho grima.

Pero de todo hay en botica. Por eso, la mala educación no solo está a un lado de estrados. Quienes somos los personajes fijos de nuestra función también podemos dar algún que otro recital de mala educación y, aunque no es lo habitual, estropea todo el buen trabajo hecho por tanta gente. Alguna vez .lo he pasado francamente mal al ver como se dirigía una Señoría a sus funcionarios o a los letrados. Por suerte es la excepción que confirma la regla, pero ojala no hubiera ni siquiera eso.

   Las ocurrencias de los acusados, procesados, investigados, imputados o presuntos culpables tienen mucho peligro, y en ocasiones hay que llamarles al orden. Ya he hablado alguna vez de aquel magistrado que, con buen tino, decía que el derecho a no declarar  comprendía la posibilidad de callar o dar otra versión, pero no de tomar el pelo a la gente.

Como he dicho, distinto de la educación, que nos viene sobre todo de casa, está la formación, que es la que se adquiere en colegios y facultades, sin olvidar que no podemos dejar de formarnos jamás. Mi hija, de pequeña, me preguntaba cuándo dejábamos de estudiar. Creo que mi respuesta, diciéndole que nunca, hizo que no se decidiera por profesiones jurídicas como sus progenitores. Lo que no sabía es que la necesidad de formación no es exclusiva del Derecho

Así que hoy el aplauso es para quienes tratan a todo el mundo con educación. Aunque no sea recíproco y den ganas de soltar cuatro frescas al interfecto

 

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